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13 personajes poco recomendables...

Bueno, pues ya que estamos en la semana de Halloween, vamos con una selección de esos malos malísimos a los que no convendría encontrarse en ninguna situación. Hay de todo un poco, desde encarnaciones clásicas de Lugosi y Karloff en los años 30 hasta el Especialista Mike encarnado por Kurt Russell, de reciente hornada.

Si tengo luego un rato intentaré aportar algún detalle más sobre todos estos angelitos. No obstante, lo mejor, como siempre, es acudir a las pelis. Y sí, ya sé que algunas, como la saga Viernes 13, son una porquería. ¿Pero es un clásico o no es un clásico Jason Voorhes con su machete y su careta de jugador de hockey?

Hjalmar Poelzig (Satanás, 1934). Un Karloff en plena forma, echando mano al satanismo más perverso. Eso sí, con un gusto arquitectónico impecable. Bien secundado por Lugosi...

Dr. Richard Volin (El cuervo, 1935). Uno de los mejores papeles de Lugosi. Un fanático de Poe que recrea sus aparatos de tortura... Y los prueba, claro. Bien secundado por Karloff...

Reverendo Harry Powel (La noche del cazador, 1955). Inconmensurable Robert Mitchum y sus puños tatuados: amor y odio. Charles Laughton sólo dirigió esta película pero, ¿para qué más?

Norman Bates (Psicosis, 1960). Que levante la mano quien conozca una mirada más estremecedora que la del hijo de la señora Bates (que sería una santa, pero su retoño...). Y esa ducha... Ay madre, quién no mira de soslayo hacia la puerta del baño por si se abre de pronto.

Nicolas Medina (El péndulo de la muerte, 1961). La mejor del ciclo Corman-Poe, con Vincent Price tan genial como siempre haciendo de Vincent Price, con ese combinado infalible de humor, locura y horror...

Leatherface (La matanza de Texas, 1974). Uno de los asesinos en serie -por llamarlo de alguna manera, menos apto para los estómagos delicados. Él y su sierra mecánica son uno de los iconos del cine de los setenta, le pese a quien le pese.

Michael Myers (La noche de Halloween, 1978). Llegó después de la familia Manson, pero no cabe duda de que fue el joven Myers, de manos de su creador, John Carpenter, quienes iniciaron la moda de los salvajes asesinos en serie a los que no había Dios que quitase de la circulación.

Mrs. Voorhees (Viernes 13, 1980) . Sí, la señora Voorhees, porque en el primer Viernes 13 es ella y no su hijo quien pasa a cuchillo al personal. Una actualización de la señora Bates.

Jason Voorhes (Viernes 13 II-IX). El gran adorado por los adolescentes de los ochenta. Freddy era más divertido, pero las víctimas de Jason era mucho más dadas a pasearse sin sujetador un rato antes de que el sonado con la careta de hockey las partiera en dos.

Freddy Kruger (Pesadilla en Elm Street, 1984). Lo de Freddy es puro estilo y no hay más que habalr. Ningún otro serial-killer ha perfeccionado tantas, tan variadas y tan divertidas formas de atormentar a los adolescentes yanquis. Tal vez por eso, en los cines, el público lo jaleaba a él en lugar de a los pobres inocentes.

Pinhead (Hellraiser, 1987). No es fácil plasmar en la pantalla el complejo y retorcido universo literario de Clive Barker. Él mismo dirigió esta adaptación regular de su novela, pero el personaje de "Cabezapincho" salió más que airoso.

Sutter Cane (En la boca del miedo, 1994). Una más de John Carpenter, en esta ocasión una magnífica pesadilla protagonizada por un sucedáneo de Stephen King con esencia de Lovecraft, que logra traer a la realidad el horrible mundo concebido en sus creaciones literarias.

Especialista Mike (Death Proof, 2007). En su última producción hasta el momento, ese homenaje al terror de serie B de los 70 mano a mano con Robert Rodríguez, Tarantino ha rescatado a uno de los actores fetiche de Carpenter, Kurt Russell, y le regala un papel a la altura de aquel legendario Plissken "El Serpiente": un especialista cinematográfico que seduce a chicas jóvenes y las hace pasar canutas en su bólido de carreras.


"Estoy en el cielo..."

Los jueves son siempre los días más duros para mí, así que hoy me he propuesto empezar bien. ¿Y cómo lo hacen en las películas para animar la cosa? O se echan un trago al pecho o se ponen a cantar.

Total, que buscando alguna cancioncilla graciosa por ahí me he topado con un vídeo que llevaba buscando qué se yo cuánto tiempo. Año 1997, ceremonia de entrega de los Premios de la Academia, también llamados Oscars. Sale Martin Scorsese y anuncia el galardón honorífico a Stanley Donen, director de maravillas como Un día en Nueva York (1949), Cantando bajo la lluvia (1952), Siempre hace buen tiempo (1954), Una cara con ángel (1957), Charada (1963), Dos en la carretera (1967) o Lío en Río (1984).

El caso es que el buen hombre sale ante el público, con esa cara de bonachón incorruptible, y agradece el premio de la única manera posible...

¡Memorable! En mi humilde opinión, el mejor momento de las ceremonias de los Oscars de los últimos... treinta años o así (desde que salió aquel tipo desnudo corriendo tras la flemática figura de David Niven).

El vídeo que os dejo comienza con una introducción de Scorsese. Para los que no tengáis mucho interés en ella, pasaros al minuto 1:35. A partir de entonces, sucede lo que sigue (lo transcribo para los que hablan el inglés de Masachunsen):

El público aplaude y se pone en pie -algo que no se hace habitualmente- para recibir como se debe a este maestro de la diversión. Suenan de fondo los compases de Singin' in the rain. Él lo agradece y se dispone a hablar:

(A Scrosese): Martin, soy yo quien debería haberte entregado este premio, créeme.
(Al público): Quiero dar las gracias a todos por este pequeño tipo, que para mí es titánico (era el año de Titanic). Esta noche, las palabras parecen poco adecuadas, y en los musicales, es cen este momento cuando cantamos una canción. Así que:

En el cielo / Estoy en el cielo / Y mi corazón late tanto que casi no puedo respirar / Creo haber encontrado la felicidad que buscaba / Cuando estamos juntos / Bailando mejilla con mejilla.

Sorpresa final

(Al público): Voy a contaros el secreto para ser un gran director. Para el guión coges a Larry Gelbart, Peter Stone, Frederick Raphael... ¡Alguien así! Si es un musical, para las canciones, coges a George e Ira Gershwin o Arthur Freed o Leonard Bernstein... ¡Alguien así! Para el reparto: Cary Grant, Audrey Hepburn, Fred Astaire, Gene Kelly, Sophia Loren, Richard Burton, Rex Harrison, Gregory Peck, Elizabeth Taylor, Gene Hackman ¡o Frank Sinatra!... ¡Alguien así! Y cuando comienza el rodaje, apareces y te quitas de en medio... ¡Pero tienes que aparecer! ¡Tienes que aparecer! Porque si no, no puedes conquistar a los críticos y no te dan uno de estos tipos. Muchísimas gracias.

No perdáis de vista las caras del personal durante el numerito musical. Esas sonrisas bobaliconas, esos rostros de ilusión y entusiasmo ante una sorpresa de ese tipo, es lo que hace grande al cine. Sobre todo a un tipo de cine, el de los buenos sentimientos y los momentos maravillosos. Ése que hoy escasea tanto.

No puedo insertar el video, pero podéis verlo pinchando aquí.

"El material con el que se fabrican los sueños..."


Bueno, pues tal y como dije ayer, ahí van algunas de las mejores frases de cine negro de todos los tiempos:

“Que yo recuerde, desde que tuve uso de razón, siempre quise ser un gangster”. Uno de los nuestros, 1990.

"Todo lo que tengo en este mundo son mi palabra y mis pelotas, y no las rompo por nadie, entiendes?”. El precio del poder, 1983.

"Yo siempre digo la verdad, incluso cuando miento". El precio del poder, 1983.

"- Cómo pesa. ¿De que está hecho?
- Del material con el que se fabrican los sueños". El halcón Maltés, 1941.


"General, vigile a su hija: ha intentado sentarse sobre mis rodillas cuando yo aún estaba de pie". El sueño eterno, 1946.

"Eres como una hoja a la que el viento lleva de una cloaca a otra". Retorno al pasado, 1949.

"Te gusta el dinero. Tienes un gran símbolo del dolar donde muchas mujeres tienen el corazón". Atraco perfecto, 1956.

"Hay tres maneras de hacer las cosas: bien, mal y como yo las hago". Casino, 1995.

"Mantén cerca a tus amigos, pero mas cerca a tus enemigos". El Padrino, 1972.

"Deja la pistola. Coge los cannoli". El Padrino, 1972.

“Si hay algo seguro en esta vida, si la historia nos ha enseñado algo, es que se puede matar a cualquiera”. El Padrino II, 1974.

"¡Lo conseguí, ma! ¡La cima del mundo!". Al rojo vivo, 1949.

"-Me gusta su perfume.
-Es algo nuevo. Atrae a los mosquitos y repele a los hombres". Los sobornados, 1953.

"El único hombre que no teme morir es el que ya está muerto". Código del hampa, 1964.

"Me gustan los hombres que usan la cabeza para algo más que para colgar el sombrero". La matanza del día de san Valentín, 1967.

"Puedo permitirme algún defecto en mi carácter, pero no en mi ropa". Laura, 1944.

"-No te odias en ocasiones.
-Constantemente". El crepúsculo de los dioses, 1950.

"No hay nada trágico en tener 50 años. Nada, a menos que intentes aparentar 25". El crepúsculo de los dioses, 1950.

"¡Yo soy grande! Son las películas las que se han quedado pequeñas". El crepúsculo de los dioses, 1950.

Resquicios de esperanza cinéfila

Anoche, Canal 2 Andalucía (o Canal Sur 2, o como quiera que se llame ahora), volvió a demostrarme que es uno de los pocos resquicios televisivos donde puede encontrarse algo interesante de vez en cuando (sí, muy de vez en cuando, pero algo es algo).

Hace ya varias semanas que están pasando un ciclo de Billy Wilder. Ahora que lo pienso, hablo de "un ciclo" como si todo el mundo fuese a saber de qué se trata. Y es que hubo un tiempo en que Televisión Española, la pública, la de todos, en lugar de gastarse millones en poner a bailar a toreros, coristas e individuos de distinto pelaje, se gastaba unos pocos cuartos en programar ciclos fabulosos de cine de género, retrospectivas de directores clásicos, de actores... ¡Y muchos de ellos en versión original subtitulada!

Que sí, que sí, que no es coña. Solía ser a horas indecentes, pero chico, algo es algo. Ahora, bueno; ahora ni en La2. Que de finos que son se pasan tres pueblos, y cuando les da por poner "buen cine" se van a esas películas "iraquíes con subtítulos en griego" que ven dos: el que no tiene más remedio porque controla los botones del vídeo desde el Pirulí y su madre, que le prepara el bocata de filete empanado.

Pues bueno, el caso es que, por ahora, tenemos ciclo Billy Wilder. Ya han puesto Primera plana (¡¡Magistral!!) y La vida privada de Sherlock Holmes, y ayer fue el turno (en pie, por favor), de Perdición. Ahí es nada. Se dice rápido, ¿verdad? Perdición. O lo que es lo mismo, cine de verdad, del que te deja clavado al sillón, del que te hace gritar aquello de "¡Qué grande es el cine!", y tirar el saxo al río...

Y por encima de ser una obra maestra del cine, sin más, Perdición es también una de las grandes joyas del género negro. No en vano su guión va firmado por el propio Wilder junto Raymond Chandler a partir de una novela James M. Cain. ¿He dicho algo? Madre de mi vida qué trinidad...

¡Y cómo está ese Fred MacMurray como vendedor de seguros corrupto que quiere y no puede! ¡Y esa Barbara Stanwyck, mujer fatal donde las busquen! ¿Y que me dicen de ese Edward G. Robinson, tan pequeñito y matón como cuando lo dirigía Huston?

El que no la haya visto, que la vea. Perdición, de Billy Wilder. Y luego, La mujer del cuadro, de Fritz Lang.

Y es que el cine negro tiene algo que te engancha y te seduce. Yo diría que son los diálogos. Ningún otro género, con excepción tal vez del western, ha dado tan buenas frases, tan chocantes y memorables, como ha logrado éste. Mañana, que ahora no puedo, selección de "frases negras". Pero de las de verdad, de las impactantes. Esto significa que habrá un par modernas y un montón "de las de antes", cuando en Hollywood, España y tantos otros sitios había censura cinematográfica, pero no toda esa falacia e hipocresía que marca los proyectos actuales y que impide que los personajes sean reales porque la realidad no es políticamente correcta. Ver para creer...

"Te quiero... más que a Dios"

En 1976 Richard Lester dirigía a dos de mis actores favoritos, Audrey Hepburn y Sean Connery, en lo que sería un buen equivalente del western apocalíptico y desmitificador en el terreno del cine de aventuras. Robin y Marian retomaba el mito de Robin Hood para presentar a sus bien conocidos protagonistas en los días finales de sus vidas, unos días marcados por los ajustes de cuentas, tanto en materia bélica como sentimental.

¿Por qué hablo de esta película? Porque algo me ha animado a escribir un post antes de acostarme, aunque sin saber bien sobre qué. Entonces, ha venido a mi mente esa frase memorable que Marian le dice a su héroe, una de las más hermosas declaraciones de amor que han pasado por cualquier pantalla.

No son sólo las palabras que se dicen, sino como las dice esa Audrey, tan encantadora como siempre, y cómo las recibe ese Sean, tan artúrico a su pesar. Quizás muchos las tachen de cursi o de... cualquiera sabe. ¡Se pueden decir tantas barbaridades cuando la sensibilidad brilla por su ausencia, cuando nunca se ha experimentado aquello de lo que hablamos...!

Y con estas líneas le deseo muy buenas noches a quien caiga por este blog...

Te quiero. Más de lo que puedas pensar. Te quiero más que a la risa de los niños, más que a los campos que he labrado con mis manos. Te quiero más que a la oración de la mañana o a la paz. Te quiero más que al amanecer, más que a la carne y la alegría, más que al nuevo día. Te quiero... más que a Dios.

Las lágrimas de Clint

Hoy voy a armarme de valor y hacer algo reservado para los que usan colonia Brumel, aquella cuyo anuncio decía "Para los hombres muy hombres". ¿No era así? Pues eso. Allá voy:

Señoras y señores, me encanta 'Los puentes de Madison'. No sólo me encanta, me emociono cada vez que la veo, lloro sin remisión cada vez que Francesca se aleja junto a su marido mientras ve a Robert Calarse hasta los huesos bajo la lluvia esperando que ella cambie de opinión. Sí, amigos. Esa película de la que miles de hombres salían horrorizados, despotricando tras ver a Harry 'El Sucio', después 'Sargento de hierro', llorando como alma en pena por el amor de una mujer; esa película, digo, se encuentra entre mis favoritas de las dirigidas y protagonizadas por Clint -the master- Eastwood.

Creo que fue una película que marcaba un nuevo rumbo en la trayectoria de Clint Eastwood. En 1992 alcanzaba por fin el pleno reconocimiento artístico como director de la mano de ‘Sin perdón’, con la que volvía por última vez al género que le hizo famoso, el western, para regalarle un epitafio de altura. Es más, creo que queda claro el carácter de "punto y aparte" de esta película en su dedicatoria: A Sergio (Leone) y Don (Siegel), los dos directores que hicieron famoso a Clint con sus películas de "el hombre sin nombre" y Harry Callahan, y probablemente sus principales influencias como realizador junto a John Ford.

A partir de aquella película, mi amigo Clint -sí, ¡qué pasa!- estaba dispuesto a cambiar el rumbo, enfundar el revolver de vaquero y policía y ahondar en los muchos resquicios del alma humana. El resultado fue ‘Los puentes de Madison’, una conmovedora historia que, de sencilla, fue tachada incluso de bobalicona por algunos críticos miopes -pero, ¿hay alguno que no lo sea?.

La cinta cuenta la historia de Robert Kincaid, un fotógrafo que viaja alrededor del mundo trabajando para la revista National Geographic, y Francesca Johnson, un ama de casa de Iowa. Ambos están en un momento en el que ilusiones y expectativas sólo tienen cabida en los cuentos. Pero cuatro días después de haberse conocido, viven un apasionado amor que no querrían dejar escapar jamás. Meryl Streep fue nominada al Oscar por su memorable encarnación de la sacrificada Francesca, y Eastwood no merecía menos por su retrato del fotógrafo bohemio. 


La historia está basada en el arrebatador best seller de Robert James Waller, un autor que, sin ser brillante, sí que cuenta con algunos títulos destacable; mi preferido, junto a 'Los puentes', es 'Aires de la frontera'. Con la historia de Waller, Eastwood se rodeó de su equipo habitual y parece que les dijo "Chicos, quiero lo mejor de cada uno de vosotros". Y vaya si se lo dieron. La fotografía (¡qué colores!), la música (impagable, inolvidable, irrepetible...), las localizaciones, la producción, el vestuario... ¡Qué se yo!

Denostar esta película por su carácter romántico, por su irresistible ternura, es tan absurdo como renegar de 'La diligencia' o 'Centauros del desierto' porque son westerns. Una verdadera lástima.

La cita anual con Woody (y Clint)

Podríamos decir que un año no es un buen año si Clint Eastwood y Woody Allen no estrenan película. Mientras esto siga ocurriendo podemos conservar la esperanza de que aún hay gente en este mundo capaz de hacer grandes obras cinematográficas al margen de la dictadura de la taquilla. Y es que, caballeros capaz de firmar obras maestras como Million Dollar Baby o Match Point -por irme a las más recientes- y divertimentos como Space cowboys o Misterioso asesinato en Manhattan... en fin. Además, no lo olvidemos, sin el apoyo de los grandes estudios con el que cuenta el resto de la charcutería.

Pues eso, que a la espera del estreno en diciembre de la nueva de Eastwood -The Changeling, de la que ya hablan como una nueva pieza genial-, hoy llega a las pantallas Vicky Cristina Barcelona. Ya he visto el trailer y promete. Los colores, el ritmo, los diálogos... Parece que no estará nada mal. Una pena los protagonistas, porque creo que me va a costar disfrutar una trama "woodealiana" con Bardem y la Cruz como cabeza de cartel. Que no tengo nada en contra de ellos, ojo, sencillamente no me encajan en este tipo de papeles. Pero es una opinión muy personal.

Y a falta de haber visto la película, pues vamos a rendirle un pequeño homenaje al maestro Woody recordando algunas de sus reflexiones más interesantes:

Me interesa el futuro porque es el sitio donde voy a pasar el resto de mi vida.

El sexo sin amor es una experiencia vacía. Pero como experiencia vacía es una de las mejores.

Sólo existen dos cosas importantes en la vida. La primera es el sexo y la segunda no me acuerdo.

El sexo es lo más divertido que se puede hacer sin reír.

El sexo sólo es sucio si se hace bien.

El amor es la respuesta, pero mientras usted la espera, el sexo le plantea unas cuantas preguntas.

En realidad, prefiero la ciencia a la religión. Si me dan a escoger entre Dios y el aire acondicionado, me quedo con el aire.

La vocación del político de carrera es hacer de cada solución un problema.

No le temo a la muerte, pero no me gustaría estar allí cuando suceda.
¿Existe el Infierno? ¿Existe Dios? ¿Resucitaremos después de la muerte? Ah, no olvidemos lo más importante: ¿Habrá mujeres allí?

Claustrofobia y un cadáver; ¡el colmo de un neurótico!

Odio la realidad, pero es en el único sitio donde se puede comer un buen filete.

Mi forma de bromear es decir la verdad. Es la broma más divertida.

No creo en una vida más allá, pero, por si acaso, me he cambiado de ropa interior.

Una película de éxito es aquella que consigue llevar a cabo una idea original.

Para terminar, me quedaría con una que, aunque pueda despertar la sonrisa en su primera lectura, sin duda invita -o debería- a la reflexión al volver a ella: Si Dios existe, espero que tenga una buena excusa.

Todo dicho.

Y cerraremos este homenaje a Woody con una secuencia memorable, la inicial de Manhattan, esa película por la que deberían darle al director neoyorquino un premio Nobel, cualquiera de ellos. Pocas películas condensan en tres minutos la belleza, plasticidad y emoción que contienen estos metros de celuloide.


Diez lecciones para un pistolero

Digo yo que no todo van a ser libros, ¿no? Desde luego no lo han sido durante estas vacaciones (cortas, siempre cortas...) mías. También me ha dado por rescatar mi gusto por los spaghetti western y he revisado una docena de los mejores títulos. El gran silencio, Django, Salario para matar, Vamos a matar, compañeros; El halcón y la presa, Cara a Cara, Antes llega la muerte, Adiós, Texas... nadie puede negar que hay títulos que valen ya un potosí. Me encantaría pillar una que es todo un poema: Voy, lo mato y vuelvo. Vamos, no me digas, si eso no es tener arte y cara a martes iguales...

Es indudable que todas las de Leone -con o sin Eastwood- son fantásticas, pero ésas ya me las sé de memoria, así que esta vez les he dado permiso al Hombre sin Nombre, a Harmónica y compañía, y me he quedado con las creaciones de Corbucci, Petroni, Valeri, Sollima y compañía. ¿Que cómo puedo aguantar esas castañas? ¡Mira tú, el fino! ¿Y cómo puedes aguantar tú otras tantas? Soy un convencido que los fundamentalismos en el arte son tan malos como en cualquier otro aspecto de la vida. Personalmente disfruto con un (buen) spaghetti western tanto como un western sin pasta alguna. Igual que me río con la misma intensidad con Chaplin que con Paco Martínez Soria o lloro igual con un drama de Douglas Sirk que con uno de Garci (cuando tiene un buen día).

Bueno, pero a lo que iba. Viendo uno de esos entretenimientos con mucha polvora y mucha mugre rodado en Almería, me he reencontrado una de esas enseñanzas vitales que se te quedan impresas en esa maravillosa memoria de celuloide que por desgracia ejercitamos aún menos que la otra (que ya es decir). La película en cuestión es El día de la ira, y en ella, un pistolero profesional (impagable Lee Van Cleef) imparte a su timorato aprendiz (el siempre apuesto Giuliano Gemma) diez lecciones para convertirse en un pistolero. Ahí les van:

1º Nunca ruegues
2º Nunca te fíes de nadie
3º Nunca te pongas entre un revólver y su blanco
4º Los puñetazos son como las balas: si te da el primero, estás perdido
5º Cuando dispares contra un hombre, mátalo. De lo contrario, antes o después te matará él a ti
6º La bala justa en el justo momento
7º Antes de desatar a un hombre hay que desarmarle
8º Nunca le des a un hombre más balas de las que necesita
9º El que no acepta un desafío, ya lo ha perdido, y de la peor manera
10º Cuando un hombre empieza a matar, ya no puede detenerse

Ruge la platea. Se encienden las luces. Termina la sesión

Quiero la cabeza de Alfredo García


Anoche, después de poner el mando a distancia de todas las maneras posibles, como cada noche, acabé viendo un película en dvd. Es tal la repulsión que le estoy cogiendo a "nuestra pantalla amiga", que ya incluso cuando veo que ponen una película interesante, de éstas que dices "vaya, sí que tenía curiosidad por verla", pues voy y la busco en... otros medios, porque no hay quien soporte tanta publicidad (y encima, tan mal insertada).

Pero bueno, que el tema no es ése. El tema es Alfredo García. Sí, ayer volví a verla. Mi nuevo clásico. Decía unos post atrás que revisitaba a menudo El Dorado, de Howard Hawks, desde que era niño. Pues bien, algo así me viene ocurriendo desde hace unos años con dos películas: Ciudad dorada, de John Houston (ésa, para otro post), y Quiero la cabeza de Alfredo García, de Sam Peckinpah.

¡Qué película tan dura, tan amarga! La historia que se cuenta es ruda, pero aún más dramática resulta la que se esconde más allá de esas imágenes. Quiero la cabeza de Alfredo García narra los intentos desesperados de Benny, un desdichado estadounidense en el norte de México por una recompensa. Alguien ha puesto precio a la vida de un hombre, Alfredo García, y el protagonista se entera de que ya está muerto; sólo tiene que hacerse con su cabeza como prueba. En el intento se le presentarán numerosos obstáculos, barreras que no hacen sino enloquecerlo aún más por lograr su objetivo.

Mucho más allá que Grupo salvaje, no cabe duda de que Quiero la cabeza de Alfredo García es la más "peckinpahniana" de todas las películas que dirigiera ese loco magistral que fue Sam Peckinpah. Sólo en esta película tuvo control absoluto sobre el guión, los actores y el montaje. Nunca antes, nunca después. Sin duda es por esa razón que se trata de su obra más personal, su película más violenta y la más romántica.

Porque, de hecho, el protagonista es él. Cuentan sus colaboradores que no llegó a darse cuenta de que el actor protagonista, ese maravilloso Warren Oates en verdadero estado de gracia, se vestía como Peckinpah, gafas oscuras incluidas, y llegaba a imitar alguno de sus gestos. Y es que la búsqueda desesperada, a cualquier precio, de la cabeza de Alfredo García, no es sino un reflejo de la necesidad de Peckinpah por ver terminado su trabajo, su obra, su película.

Por aquel entonces, 1974, el consumo de alcohol por parte de Peckinpah había empezado ya a afectar a su salud de manera evidente. Atrás quedaba el colérico realizador que echaba a los productores del set revólver en mano o que, cuando una escena se empeñaba en salir mal, se orinaba en la cámara. Ahora Peckinpah luchaba contra sus demonios internos con una ferocidad que estaba costándole la vida.

De ese estado anímico surgió una obra maestra difícil de ver y aún más compleja de comprender. Pero merece la pena el intento. Aunque sólo sea por deleitarse con la fotografía, con los tugurios y puebluchos retratados, por disfrutar con las actuaciones, de Oates, de Kristofferson o del "Indio" Fernández.

Rompedora, sangrante, adictiva. Me gusta. La adoro. Bring me the head of Alfredo García...



25 años sin don Luis

Qué terrible metedura de pata. Iba a escribir hoy en el blog sobre algo que descubrí ayer con sumo placer, y me doy cuenta de que el martes 29 de julio hablé sobre la revista Beta en lugar de abordar el tema que tocaba. Y ese tema, claro, era el de don Luis Buñuel.

El martes 29 de julio se cumplieron 25 años de la muerte del calandés universal, ese ateo por la gracia de Dios que hizo que se hablara con admiración orgullo de cine español por todo el mundo mucho antes de Almodóvar. En el caso de don Luis, además, con mayor mérito, dado que en la línea habitual de lo que suele ocurrir en esta España bonita, mientras más allá de las fronteras aplaudían su obra, aquí la prohibían unos y la vapuleaban otros.

Director de cine, dicen que era. Pero lo suyo no son películas. El discreto encanto de la burguesía, Belle de jour, Viridiana, La edad de oro, Los olvidados, Ensayo de un crimen, Nazarín, Simón del desierto, El ángel exterminador... Eso son fogonazos de genialidad que le dan a uno directo en la frente y se te agarran a lo más profundo del cerebro.

Si el surrealismo llegó al cine, fue gracias a don Luis. Y además, dispuesto siempre a provocar, se pegó la chulería de emplear ese surrealismo para llevar a cabo las críticas sociales más duras y realistas que han pasado por una pantalla. Y es que el aragonés era así, tan chulo como para empezar estudiando una ingeniería, pasarse después a Ciencias Naturales y decidir que, en realidad, lo que quería era licenciarse en Filosofía. Claro, que no hay que olvidar que ese café inexcusable de cualquier universitario se lo tomaba codo con codo con Lorca, Dalí y Alberti... Como para pedir seriedad al personal.

Y la mejor prueba de que Buñuel no sólo era un gran cineasta, sino un homérico artista sin fronteras, se esconde entre las páginas de Mi último suspiro, esas memorias que dictó al final de su vida y que deparan unas de las lecturas más divertidas, ácidas e interesantes que puedan buscarse.

Vamos con unos parrafitos:

"No creo haber hecho nunca algo por dinero. Lo que no hago por un dólar no lo hago ni por un millón".

"Por razones que se me escapan, he encontrado siempre en el acto sexual una cierta similitud con la muerte, una relación secreta pero constante. Incluso he intentado traducir este sentimiento inexplicable a imágenes, en Un perro andaluz, cuando el hombre acaricia los senos desnudos de la mujer y, de pronto, se le pone cara de muerto. ¿Será porque durante mi infancia y mi juventud fui víctima de la opresión sexual más feroz que haya conocido la Historia?"

"Lo único que puedo decir es que el Guernica no me gusta nada, a pesar de que ayudé a colgarlo. De él me desagrada todo, tanto la factura grandilocuente de la obra como la politización a toda costa de la pintura".

"De las películas que más me impresionaron, imposible olvidar El acorazado Potemkin. A la salida, incluso queríamos poner barricadas y tuvo que intervenir la Policía. Durante mucho tiempo sostuve que aquella película era para mí la mejor de toda la historia del cine. Ahora ya no sé".

"Para llegar a toda belleza, tres condiciones me parecen siempre necesarias: esperanza, lucha y conquista".

"Me gusta el ruido de la lluvia. Lo recuerdo como uno de los ruidos más bellos del mundo. Ahora lo escucho a través de un aparato y no es el mismo ruido. La lluvia hace a las grandes naciones."

"No me gustan mucho los ciegos, como nos ocurre a la mayoría de los sordos".

"Detesto el pedantismo y la jerga. A veces, he llorado de risa al leer ciertos artículos de los Cahiers Du Cinéma. En México, soy invitado un día a visitar las instalaciones del Centro de Capacitación Cinematográfica, del que había sido nombrado presidente honorario. Me presentan a cuatro o cinco profesores. Entre ellos, un joven correctamente vestido y que enrojece de timidez. Le pregunto qué enseña. Me responde: 'La semiología de la imagen clónica'. Lo hubiera asesinado".

"La primera vez que vio Viridiana, Gustavo Alatriste (el productor) quedó un poco desconcertado y no hizo ningún comentario. La volvió a ver en París, luego dos veces en Cannes y, finalmente, en México. Al término de esta última proyección, la quinta o sexta, se lanzó hacia mí, lleno de alegría, y me dijo: ¡Ya está, Luis, es formidable, lo he entendido todo!"

Genio y figura. Esta noche me preparo unos Martinis siguiendo la receta que da en el libro y me los bebo a su salud viendo Belle de jour.

Y mañana, en este mismo canal, la receta de don Luis para preparar una "bala de plata".

Nostalgia de El Dorado

Un caballero alegre y audaz
de día y de noche cabalgando va.
Y canta su canción mientras sigo osado
a la busca de El Dorado.
Montes de luna cruzado,
bajando a valles de sombra,
y siempre cabalgando.

Sin fuerzas, exhausto
ya pierde su fe.
Pero de repente, una sombra ve.
"¡Sombra!", grita airado
"Dime donde se halla
la tierra llamado El Dorado”.

Un joven James Caan recitaba este poema de Edgar Allan Poe en el El Dorado, película dirigida por Howard Hawks en 1967 y que probablemente haya visto (pensando: 30 años - 5 = 25; Unas 5 veces al año como poco = 25+ 5 =...) entre cien y ciento treinta veces en mi vida. Es, con diferencia, mi película favorita.

La película, desde luego, es buena por sí sola. Oye, que John Wayne y Robert Mitchum mano a mano no es moco de pavo (así era la publicidad: "los dos grandes en la más grande"); mucho humor, peleas, intriga, secundarios memorables, un director con un equipo de lujo... Pero es que, además, la tengo ligada de manera indeleble a mi memoria sentimental.

A mi abuelo le encantaba, no nos cansábamos de verla. Siempre nos reíamos en los mismos momentos, una y otra vez, y disfrutábamos con las mismas persecuciones. Teníamos el VHS hecho polvo... Hay películas, como canciones o libros, que se le quedan a uno enganchados bien adentro, y El
Dorado es sin duda la que más se me ha agarrado a las tripas.

¿Que a cuento de qué este arrebato melancólico? Pues no sé. Por alguna razón me he acordado de ese poema, y me ha hecho pensar en la película. De algún modo, cada cierto tiempo, no puedo evitar dejar volar mi mente con el vano deseo de encontrar el camino de regreso a El Dorado, a esos años en los que soñar era más fácil y agradable, porque cada sueño parecía que podría cumplirse, aunque fuese sin salir de la habitación; tal vez sigo albergando el deseo de volver a cabalgar junto a Wayne y Mitchum, allá donde se encuentren ahora. Allá donde, seguro, mi abuelo ya se habrá empeñado en invitarles a un par de rondas de Cruzcampo bien helada.

Ahí va ese trailer, para quien lo quiera ver.



Un achaque de nostalgia


Hoy me he reencontrado con el pasado. Andaba sentado al ordenador mirando cosas, haciendo planes, lamentando oportunidades pasadas, y me ha dado por pinchar –que así se decía cuando eran los vinilos los reyes de cualquier discoteca personal- un viejo disco. De pronto, algo me ha agarrado por dentro y me ha obligado a echar la vista atrás diez, doce años, tal vez quince. A esa adolescencia en la que, para mí, el cine era el único mundo en el que vivir podía ser algo bello. Es verdad, no me embarga la nostalgia, yo veía la vida en Cinemascope, una veces en glorioso blanco y negro, y otras en ese Technicolor que te daba ganas de agarra las maletas y tirar para las plantaciones sureñas por las que, seguro, acabaríamos encontrándonos con Paul Newman y Liz Taylor, siempre según una historia de Tennessee Williams.

El cine nunca ha dejado de ser una de mis grandes pasiones, pero parecía que ya no era igual. Por circunstancias varias, acabé encaminando mis pasos hacia la música, siempre con la literatura como telón de fondo, y siempre, no puedo evitarlo, con una profunda educación cinematográfica marcando cada golpe en el teclado. Los libros que leo, lo que veo, lo que escucho… todo parece muy diferente. Cine clásico sí, pero dosificado, entre mucho autor moderno, mucha comedia, mucho drama y mucha puñeta para estar a la última. Y está bien. Pero a veces, algo te empuja a eso, a mirar atrás. A las tardes de domingo en los cineclubs como mi buen amigo Pablo, al que algún día tendré que llamar de nuevo, a las librerías de viejo buscando ediciones raras de Hemingway, los originales de Ian Fleming y aquellos libros de relatos de Garci, a saberme de memoria los diálogos de Casablanca y Río Rojo, y a soñar con que, algún día, podría enamorarme discutiendo con una fogosa pelirroja como Maureen O’Hara (esto último sí me ocurrió, doce años atrás, y aún lo disfruto cada día; y ha sido una de las cosas maravillosas que aún me siguen ayudando a creer que la vida y el cine pueden generar un combinado maravilloso; una de esas cosas maravillosas, mi Marta O’Hara, por las que vale la pena vivir).

Hubo un tiempo en el que yo no podía evitar reír con Billy Wilder, en el que necesitaba emocionarme con John Houston; en el que, de vez en cuando, no tenía más remedio que volver a John Ford para llorar un poco. Hace poco pensaba que ese tiempo había pasado para no volver nunca más. Pero hoy, escuchando esta banda sonora (no diré cuál, algo de misterio hay que dejar) he vuelto a recuperar las madrugadas de sesión doble, y hasta triple, que me montaba en verano, después de escuchar a don Carlos (Pumares, que sigo sin creer que pueda ser el que acabó pervertido en Crónicas Marcianas), y las noches de lunes en las que revolucionaba a la familia para poder ver la presentación inicial de ¡Qué grande es el cine!, porque si no, con los anuncios, la película y el coloquio final no entraban en el vhs de tres horas.

Hoy he vuelto a recuperar eso y mucho más, saboreando un Southern Comfort herlado, como seguro le hubiese encantado a Humprey Bogart (Dios mío, ¡cuánto hace que no me depuro por dentro viendo por enésima vez Casblanca). Ojalá hubiese ocurrido mientras devoraba una rebanada de pan con Nocilla, lo que me hubiese transportado a aquellas tardes de sábado con mis abuelos, unos y otros, disfrutando con los westerns de John Wayne y James Stewart, las películas inglesas de espías o las comedias de los Hermanos Marx.

Pero uno crece, y se hace mayor, y cambia; eso dicen. Y ya la Nocilla no es buena, y fumar es malo, y beber, nefasto, y comer, perjudicial, y amar, un riesgo, y viajar, tentar la suerte, y vivir… ¡Viva el siglo XXI! Las dichosas facturas, las obligaciones, las imposiciones del mercado si uno quiere conseguir algo en esto de escribir… Pero al final te das cuenta, creo, de que eres tú mismo el que acabas olvidando lo que fuiste o lo que querías ser, en el mismo camino para poder alcanzarlo. Y eso es una putada, sin perdón, se mire como se mire.

Suena un lacónico piano y yo termino de teclear esta filípica inconexa. Lo siento por los lectores y lloro por los ausentes. ¡Qué puñetas! Desdeño a los que van de intelectuales, de críticos iluminados y de sabelotodo artísticos que desdeñan la nostalgia en pos de un arte frío, tan falto de corazón como de pasado en el que asentarse. Hoy me he reencontrado conmigo mismo media vida atrás, y es algo que sienta fenomenal a pesar del terrible dolor.

Esta tarde iba a hacer muchas cosas pensando en un futuro que debo asegurar porque nunca se sabe. ¡A hacer puñetas! Voy a sentarme a ver una vieja película de esas que muchos jóvenes nunca podrán disfrutar porque algún hijo de la incultura se empeña en pensar que Velázquez y Cervantes son cultura pero Berlanga y Saura no. Así se aburra en el cine durante toda su vida.

Ethan Edwards cabalga hacia la puesta de sol, una vez más, y al sur de Guadalquivir empieza a atardecer, como quince años atrás.

Let’s go home, Debbie!

Por fin, la nueva aventura de 007


Ya tenemos nueva película de 007. Vamos, no es que se haya estrenado, pero sí que se ha lanzado ya el primer trailer, y tiene muy buena pinta. El título de la nueva aventura de James Bond es Quantum of Solace, algo tan rebuscado (literalmente, cuantía de consuelo), que ni los críticos ingleses saben bien qué quiere decir. Las quejas, al propio Ian Fleming, dado que el título se ha tomado de uno de los relatos protagonizados por el agente secreto que su padre literario incluyó en el volumen Sólo para tus ojos.

La película 22 de la saga Bond tiene como corazón de la trama un golpe de estado en un país sudamericano. El malvado de turno es Dominic Greene, que quiere controlar uno de los recursos naturales más importantes del mundo y para ello no tendrá reparos en ayudar a un general corrupto a volver al poder (¿Cómo? ¿Quién ha dicho que eso le suena a las operaciones encubiertas de la CIA por medio mundo? No te hagas el listo, Pepito, que te pongo cara a la pared). Una de las bellezas de rigor, Camille, será quien guíe a Bond hasta Greene, cada uno con sus propias razones para acabar con el malvado. La tercera en discordia es Fields, una agente del MI6 que trabaja con el consulado británico en Bolivia y que no tendrá más remedio -pobrecita ella- que caer en los robustos brazos de James Bond.

En el reparto repiten, además de Daniel -quién decía que no era bueno- Craig, Judi Dench como M, Jeffrey Wright como Felix Leiter y Giancarlo Giannini en el papel de Mathis. ¿El malo malísimo? Mathieu Amalric. Eso sí, el productor Michael Wilson ya ha adelantado que ni Moneypenny ni Q aparecerán en la película, por no quere forzar una escena que justificase su aparición. Bien por Michae.

En esta cinta habrá más acción y menos cartas, pero por lo que deja ver el trailer y lo que cuentan los afortunados que han podido revisar más metraje, parece que, por una vez, los responsables de la saga Bond han sido listos y han decidido respetar las claves del éxito de la anterior Casino Royale: más seriedad y sobriedad en el planteamiento, mayor realismo para los personajes y situaciones y la recuperación del tono duro de las primeras entregas. En resumidas cuentas, volver a recuperar al agente 007 y no al superhombre (o lo que es lo mismo, volver al modelo del primer Connery y no seguir explotando el guasón Roger -Antoñita la Fantástica-Moore).

¡Vaya sorpresa! Andaba comprobando algunos nombres para este post y me encuentro con la noticia de que Sean Connery podría hacer de villano en la próxima película de Bond. No, no es el bulo que corrió hace tiempo, es una información fresca, de hace unos días, con declaraciones del propio Connery. Al parecer, tirándose un farol, dijo que le encantaría hacer de malo frente a 007, pero que no sabía si los productores estarían dispuestos a pagar el precio. Retirado del cine desde hace años en su casa de las Bahamas, el actor, de 77 años, recibió poco tiempo después una visita sorpresa de los productores que le pusieron sobre la mesa veinte millones de dólares. A ver qué excusa tiene ahora el abuelo Connery. Desde luego sería una experiencia fabulosa ver a Sean de malvado. ¿Quién sabe?

Bueno, pues sin más demora, ahí va el trailer de 007: Quantum of Solace. El estreno, en noviembre.

Ni siquiera la lluvia tiene manos tan pequeñas...

Decía ayer, en el texto dedicado a mi buen amigo José María, que por desgracia no domino (como es su caso) el arte de la literatura en verso. Claro que mi torpeza en esos menesteres no significa en absoluto desinterés o desagrado por la materia. por el contrario, el hecho de que tanto me cueste escribir unos buenos versos no hace sino que aprecie más lo que otros logran en tales lides.

Hoy, por alguna razón, he recordado un poema que me emociona muy especialmente. Lo descubrí en una película (¡Cuántas cosas no me habrá descubierto ese bendito Séptimo Arte!). Para más datos, se trata de 'Hannah y sus hermanas', esa obra maestra de Woody Allen, una de esas cinco o seis películas por las que deberían darle al pequeñajo neoyorquino un premio Nobel, cualquiera, de la paz o de los buenos sentimientos.

Hacia la mitad de la cinta, el personaje de Elliot (interpretado por un impagable Michael Caine) se propone seducir a su cuñada, Lee (Barbara Hershey), y le regala un libro de poemas de e.e. Cummings. Poco después, ella lee un poema que Elliot le marcó, "pensé en ti cuando lo leí", le dijo al darle el libro. Al día siguiente, tras habalr del poema, escuchan juntos un disco con el concierto de Bach para arpa y orquesta; sublime. El romance prohibido es ya inevitable.

Gracias al bueno de Woody y a esta película, descubrí ese magnífico concierto de Bach y los poemas de e.e. Cummings (no es un error, escribía sus iniciales en minúsucla). Aquí os dejo ese poema que se cita en la película. Leedlo con calma, pausadamente, en voz alta y sentid cada palabra...

Con sólo mirarme, me liberas,
aunque yo me haya cerrado como un puño
siempre abres
pétalo a pétalo mi ser,
como la primavera abre con un toque
diestro y misterioso su primera rosa.

Ignoro tu destreza para cerrar y abrir
pero, cierto es que algo me dice
que la voz de tus ojos
es más profunda que todas las rosas.


Nadie, ni siquiera la lluvia,
tiene manos tan pequeñas.



Y aquí os dejo la escena en concreto:


Harry 'el Sucio' vuelve a empuñar su 44


Hace un par de años Rocky Balboa volvía a enfundarse los guantes y a subirse a un ring. Después fue John Rambo quien se ajustaba la cinta a la cabeza, y en cuestión de semanas, Indiana Jones se calará el sombrero por cuarta vez. Los viejos héroes de la pantalla vuelven a ésta cargados de arrugas y nostalgia, y parece ser que el policía más duro de Hollywood no quiere perder la oportunidad.

Por ahora todo son especulaciones, pero cada vez se perfila como algo cierto el hecho de que el proyecto en el que ya trabaja Clint Eatwood, Gran Torino, podría ser un nuevo caso (el sexto) del inspector Harry Callahan, más conocido como Harry 'el Sucio'.

El veterano cineasta, de 77 años, se ponía a trabajar en el asunto a comienzos de este año, apenas un mes depsués dele streno de su última cinta, The Changeling, un thriller protagonizado por Angelina Jolie.

Según las citadas especulaciones, la trama de Gran Torino iría más o menos así: un asesino que conduce un Ford Torino del 72 asesina a dos policías que intentaban darle caza. Uno de ellos es el nieto de Harry Callahan, quien se verá obligado a salir de su retiro y quitarle el polvo a su Magnum 44.

Será interesante ver cómo aborda el viejo Clint a estas alturas el personaje de Callahan, pero teniendo en cuenta la brillantez de sus obras en las últimas décadas, la cosa puede quedar en un especie "thriller crepuscular" bastante interesante. Además, será más interesante aún esperar a ver qué otro guión habrá animado a Eastwood a meterse de nuevo en la piel del policía.

Y es que, como Spielberg o Ford, Clint Eastwood es uno de esos realizadores geniales que no se avergüenza de firmar productos comerciales (siempre de gran calidad) para poder sufragar con ello cintas mucho más personales y menos atractivas para los grandes estudios. Es muy probable que se trate de The Human Factor, un filme sobre Nelson Mandela que protagonizarían Morgan Freeman y Matt Damon.

Habrá que esperar todavía un poco para saber en qué queda esto, pero de momento, con esa posibilidad, el amigo Eastwood, como de costumbre, me ha alegrado el día.

Scifiworld Magazine aterriza en los quioscos


Por fin llega a los quioscos una revista dispuesta cubrir el vergonzoso vacío que imperaba sobre contenidos cinematográficos de fantasía y ciencia ficción. Lleva por nombre Scfiworld Magazine, y surge con brío y decisión gracias al empuje de un grupo humano comprometido con la causa fantástica española. Desde aquí les deseamos toda la suerte en este proyecto, difícil, pero no imposible. Aquí os dejo la nota de prensa con la que anunciaban recientemente su nacimiento oficial:

Han pasado tres años desde el nacimiento en la red de Scifiworld.

Dos años desde el lanzamiento del magazine SciFi.es

Menos de un año desde la aparición de Scifiworld.es

Y ahora Scifiworld Magazine renace de sus cenizas

Una nueva encarnación para la única revista de cine dedicada íntegramente al género fantástico de nuestro país.

100 páginas repletas de espectaculares imágenes y detallada información que encontrarás en los quioscos por tan sólo 3,20 euros.

En este primer número te descubrimos los secretos de "Iron Man"; repasamos las mil y una adaptaciones de Stephen King; te contamos lo más destacado del Fantasporto 2008; Doug Jones nos habla de "Hellboy 2" y charlamos con Frank Darabont y Neil Marshall en tres entrevistas exclusivas; reseñas de los últimos estrenos; Series como "Cuentos Asombrosos" o "Las Crónicas de Sarah Connor"; y además en nuestro Hollodeck encontrarás todas las novedades de home vídeo, cómic, vídeojuegos, bandas sonoras etc...

Scifiworld, el magazine del género fantástico
¡A partir del 28 de marzo en tu quiosco!

Y si quieres suscribirte entra en www.scifiworld.es

A David Lean, 'in memoriam' (1808-1991)


¡Cáspita! -que diría algún entrañable personaje de tebeo-, casi se me olvidaba. Esta semana se celebra el centenario de David Lean, y yo sin rendirle mi pequeño homenaje. ¿Qué quién es David Lean? Sí, seguro que lo conoces, aunque a lo mejor no lo sepas. A ver si te suenan: Lawrence de Arabia, Dr. Zhivago, El puente sobre el río Kwai, La hija de Ryan, Breve encuentro, Pasaje a la India... Si no tienes la mala suerte de ser de ésos (o ésas) que dicen, así por norma: "Ah, no, yo de guerra es que no me gustan", o en su modalidad rosa: "¡Uy, de amores, ni loco!" , pues entonces seguro que has visto alguna de esas obras maestras antes citadas.

Para el que quiera saber datos varios sobre Lean, que se vaya a la Wikipedia, que copiar por copiar es tontería. Por mi parte prefiero alabar la magia de sus planos, la increíble plasticidad de sus composiciones, sus encuadres de vértigo, el impacto visual de los colores en pantalla... Eso, sin pasar a hablar de la música, casi siempre con Maurice Jarre regalándole partituras impagables, o los intérpretes. ¿Cuándo Alec Guinness fu más Alec Guinness que en El puente sobre el río Kwai?; Tendría Peter O'Toole que vivir varias vidas para encontrarse con un papel más a su medida que el de Lawrence de Arabia. Y en cuanto a Omar Shariff, esa deslumbrante aparición en el desierto en esa misma película diría que sigue siendo la presentación más espectacular de un personaje de toda la historia de cine (muy cerquita de la de Ursula Andress en Agente 007 contra el Dr. No).

Las películas de David lean son pura poesía cinematográfica. Creo que es uno de los pocos ejemplos en los que son igual de hermosas y emocionantes las historias que se cuentan y el modo en que se cuentan. Ver cualquiera de las obras de Lean supone abandonar todos los sentidos al deleite. Son largas, ojo, pero con un buen café, o copa o lo que uno prefiera, puede hacer de una tarde de fin de semana una experiencia tan deliciosa como interesante (para variar).

Y como muestra, un botón. Unos minutos de Lawrence de Arabia. Fabulosos. Homéricos. Portentosa elipsis de la cerilla que se apaga a la inmensidad del alba en el desierto.


Indiana Jones y la calavera de cristal


Por fin está disponible el primer trailer de la nueva aventura de Indiana Jones. El estreno de la película está ya muy próximo, a finales mayo. Todo indica que la sociedad Spielberg-Lucas-Ford no defraudará a los seguidores del arqueólogo. La cosa promete. Algunos estamos ya deseando que llegue el grand día. Hasta entonces, habrá que conformarse con revisar las viejas aventuras y deleitarse con el teaser...

Indiana Jones y la calavera de cristal

Escenas memorables: Centauros del desierto


Suele ocupar los primeros puestos en cualquier lista que se publique sobre las mejores películas de la historia del cine, o más aún, sobre los mejores western. El comienzo y final son abordados con detalle en cualquier libro de estética cinematográfica que se precie, con esa puerta del rancho (metáfora de la comunidad) que se abre para recibir al héroe errante y, al final, cumplido el objetivo del largo viaje, la puerta que se cierra dejándole fuera, para que siga su camino.

También ha hecho correr mucha tinta la pose final del protagonista, homérico John Wayne, cogiéndose un brazo en homenaje al recién fallecido Harry Carey, cuya mujer -Olive Carey- aguantaba como puede las lágrimas como compañera de escena.

Son ese tipo de momentos mágicos que el maestro John Ford depara en cada una de sus películas. Pero es que en el caso de Centauros del desierto, el genio irlandés estaba en verdadero estado de gracia.

Estrenada en 1956, lo difícil en esta película es no resaltar algo, ya sea el guión de Frank S. Nugent, la música de Max Steiner o la impactante fotografía de Winton C. Hoch, que nos regala un Monument Valley más imponente que nunca.

Sin embargo, entre tanto trabajo impecable, entre tanto personaje entrañable (memorable Hank Worden en busca de una mecedora) y en medio de una historia tan dura como amarga, Ford lanza un guiño al espectador enseñando el extremo de un hilo del que muchos han querido tirar durante más de cincuenta años.

Me refiero con eso a la historia de amor entre el protagonista, Ethan Edwards, y su cuñada, de la que nada se dice pero de la que todo se cuenta, con dos miradas y una tercera que no quiere ver. A saber: Edwards vuelve errante a casa de su hermano tras la guerra civil y allí encuentra un cálido hogar constituido por el matrimonio, tres hijos y el perro de rigor. Todo es normal y entrañable. Un grupo de exploradores llega al día siguiente para alertarles de ataques comanches a las granjas de los alrededores. Lo capitanea un viejo amigo y compañero de armas de los Edwards, el reverendo Samuel Clayton (virtuoso Ward Bond). Ethan decide acompañar al grupo para que su hermano pueda quedarse en casa a cuidar de su familia... y entonces llega la escena impagable.

Todos están fuera, menos el reverendo, que degusta un café sonriendo tras bromear con los niños. Pero de pronto, su semblante cambia al ver cómo Martha Edwards, con notable melancolía, coge con cuidado el capote de su cuñado, y lo acaricia, y le quita algunas motas. Entonces entra Ethan y ella sale de la habitación a su encuentro. Y el reverendo gira la cabeza y pierde la mirada. Ethan recibe de su cuñada el capote y el sombrero, intercambian miradas, y sus manos se rozan de soslayo. Un beso en la frente sirve de despedida. Y Martha mira fugazmente al reverendo...

En apenas treinta segundos, Ford cuenta una historia de amor que no pudo ser, un sacrificio más de Ethan para no romper el hogar forjado por su hermano que tanto envidia, porque sabe que él nunca podrá conseguir algo así. Y el reverendo, el viejo amigo, lo sabe todo, y todo lo calla.

Una película para ver una y mil veces, como cualquiera de John Ford, grande entre los grandes. Y una escena, con el tradicional ‘Lorena’ sonando de fondo, para emocionarse otras tantas más.



Escenas memorables: Ciudad Dorada (John Huston)


Hay películas, escenas determinadas, que te emocionan y se te quedan marcadas, y siguen pellizcándote cada vez que las ves. En mi caso hay dos que, con diferencia, comparten el primer puesto entre mis momentos favoritos de la historia del cine. Uno de ellos son los cinco minutos iniciales de Ciudad dorada.

En 1972, tras haber pasado por géneros como la aventura, el negro o la comedia, el genial John Huston decidió volver al tema que mejor se le dio siempre, el de los perdedores. Partiendo de una modesta novela de Leonard Gardner, de título Fat City, Huston se dispuso a filmar una de sus más hermosas creaciones, toda una oda a los hombres y mujeres que, sin suerte, hacen lo posible para sobrevivir día tras día, a pesar de ver que los sueños que alguna vez tuvieron han quedado ya demasiado lejos. Dado que el contexto era el mundo del boxeo, Houston aprovechó para hacer de ésta una de las mejores películas del género, y ya de paso, dar toda una lección de lenguaje cinematográfico con esos cinco primeros minutos.

En ellos, sin decir ni una sola palabra, se presenta no sólo al personaje principal (un boxeador acabado, en un hotel de mala muerte) sino también la propia ciudad, un enclave cualquiera del medio oeste, metáfora de una sociedad marcada por el estigma de la desdicha. El protagonista (magistral Stacy Keach, en el mejor papel de su carrera) busca con hastío una cerilla para encender su último cigarrillo. Finalmente, decide vestirse para ir a comprarlas. Pero una vez en la calle, se estira, observa, esboza unos movimientos pugilísticos y prefiere volver a su habitación en busca de la bolsa de entrenamiento.

La escena no cuenta nada extraordinario, y sin embargo dibuja con gran profundidad a un personaje y a toda una ciudad. En definitiva, John Huston logró una muestra memorable de realismo sucio cinematográfico, entre cuyos planos y diálogos puede saborearse el aroma del bourbon de Tennessee Williams y el humo de los habanos de Ernest Hemingway.

A ello ayudan tanto la magistral fotografía de Conrad Hall como, sobre todo, la canción de Kris Kristofferson, en una versión especialmente lacónica. Huston la escogió porque expresaba con palabras justamente el sentimiento que quería trasmitir con la película. Aquí os dejo su traducción y esa escena inicial. Si alguien tiene la suerte de que le emocione como a mí, le recomiendo que no se pierda la película completa

Help Me Make It Through The Night. Kris Kristofferson (1970)

Quítate la cinta del pelo / sacúdelo, déjalo caer / se extiende suavemente sobre mi piel / como una sombra en la pared.

Ven y tiéndete a mi lado / hasta la primera luz del alba / todo lo que quiero es tu tiempo / ayúdame a pasar la noche

No me importa lo que está bien o mal / No quiero intentar entender / Que el diablo se lleve el mañana / porque esta noche necesito una amiga

El ayer está muerto ha pasado / y el mañana aún no se ve / y es triste estar solo / ayúdame a pasar la noche

No quiero estar solo / ayúdame a pasar la noche