25 años sin don Luis

Qué terrible metedura de pata. Iba a escribir hoy en el blog sobre algo que descubrí ayer con sumo placer, y me doy cuenta de que el martes 29 de julio hablé sobre la revista Beta en lugar de abordar el tema que tocaba. Y ese tema, claro, era el de don Luis Buñuel.

El martes 29 de julio se cumplieron 25 años de la muerte del calandés universal, ese ateo por la gracia de Dios que hizo que se hablara con admiración orgullo de cine español por todo el mundo mucho antes de Almodóvar. En el caso de don Luis, además, con mayor mérito, dado que en la línea habitual de lo que suele ocurrir en esta España bonita, mientras más allá de las fronteras aplaudían su obra, aquí la prohibían unos y la vapuleaban otros.

Director de cine, dicen que era. Pero lo suyo no son películas. El discreto encanto de la burguesía, Belle de jour, Viridiana, La edad de oro, Los olvidados, Ensayo de un crimen, Nazarín, Simón del desierto, El ángel exterminador... Eso son fogonazos de genialidad que le dan a uno directo en la frente y se te agarran a lo más profundo del cerebro.

Si el surrealismo llegó al cine, fue gracias a don Luis. Y además, dispuesto siempre a provocar, se pegó la chulería de emplear ese surrealismo para llevar a cabo las críticas sociales más duras y realistas que han pasado por una pantalla. Y es que el aragonés era así, tan chulo como para empezar estudiando una ingeniería, pasarse después a Ciencias Naturales y decidir que, en realidad, lo que quería era licenciarse en Filosofía. Claro, que no hay que olvidar que ese café inexcusable de cualquier universitario se lo tomaba codo con codo con Lorca, Dalí y Alberti... Como para pedir seriedad al personal.

Y la mejor prueba de que Buñuel no sólo era un gran cineasta, sino un homérico artista sin fronteras, se esconde entre las páginas de Mi último suspiro, esas memorias que dictó al final de su vida y que deparan unas de las lecturas más divertidas, ácidas e interesantes que puedan buscarse.

Vamos con unos parrafitos:

"No creo haber hecho nunca algo por dinero. Lo que no hago por un dólar no lo hago ni por un millón".

"Por razones que se me escapan, he encontrado siempre en el acto sexual una cierta similitud con la muerte, una relación secreta pero constante. Incluso he intentado traducir este sentimiento inexplicable a imágenes, en Un perro andaluz, cuando el hombre acaricia los senos desnudos de la mujer y, de pronto, se le pone cara de muerto. ¿Será porque durante mi infancia y mi juventud fui víctima de la opresión sexual más feroz que haya conocido la Historia?"

"Lo único que puedo decir es que el Guernica no me gusta nada, a pesar de que ayudé a colgarlo. De él me desagrada todo, tanto la factura grandilocuente de la obra como la politización a toda costa de la pintura".

"De las películas que más me impresionaron, imposible olvidar El acorazado Potemkin. A la salida, incluso queríamos poner barricadas y tuvo que intervenir la Policía. Durante mucho tiempo sostuve que aquella película era para mí la mejor de toda la historia del cine. Ahora ya no sé".

"Para llegar a toda belleza, tres condiciones me parecen siempre necesarias: esperanza, lucha y conquista".

"Me gusta el ruido de la lluvia. Lo recuerdo como uno de los ruidos más bellos del mundo. Ahora lo escucho a través de un aparato y no es el mismo ruido. La lluvia hace a las grandes naciones."

"No me gustan mucho los ciegos, como nos ocurre a la mayoría de los sordos".

"Detesto el pedantismo y la jerga. A veces, he llorado de risa al leer ciertos artículos de los Cahiers Du Cinéma. En México, soy invitado un día a visitar las instalaciones del Centro de Capacitación Cinematográfica, del que había sido nombrado presidente honorario. Me presentan a cuatro o cinco profesores. Entre ellos, un joven correctamente vestido y que enrojece de timidez. Le pregunto qué enseña. Me responde: 'La semiología de la imagen clónica'. Lo hubiera asesinado".

"La primera vez que vio Viridiana, Gustavo Alatriste (el productor) quedó un poco desconcertado y no hizo ningún comentario. La volvió a ver en París, luego dos veces en Cannes y, finalmente, en México. Al término de esta última proyección, la quinta o sexta, se lanzó hacia mí, lleno de alegría, y me dijo: ¡Ya está, Luis, es formidable, lo he entendido todo!"

Genio y figura. Esta noche me preparo unos Martinis siguiendo la receta que da en el libro y me los bebo a su salud viendo Belle de jour.

Y mañana, en este mismo canal, la receta de don Luis para preparar una "bala de plata".