Una invitación emocionante


Cuando yo contaba 14 ó 15 años la música no era para mí más que aquello que hacían tan bien Max Steiner y Bernard Hermann para que las películas de John Ford y Alfred Hitchock fuesen aún más emocionantes. Lo mío era el cine. Y punto. Fue más o menos a esa edad cuando mi oído comenzó a abrirse un poco y mi sensibilidad a exigir más campos de experimentación. A través de un profesor del instituto me metí de lleno en el universo de Simon & Garfunkel, puerta de acceso para mí al folk y el rock de los 60 y 70; y a través de mi padre, a la canción de autor. Serrat, Alberto Cortéz, Víctor Manuel, Jarcha, Paco Ibáñez, Perales (sí, Perales, ¿qué pasa? ¡cuidadito!).

¿Qué le vamos a hacer? Yo creo que lo mío con los cantautores, y más aún con la mal llamada canción-protesta, debe venir un poco por lo del ‘feeling’, por la emoción que desprenden. Y a lo mejor incluso, cosas de la vida, está más enraizado de lo que creo a mi subconsciente a través de mis westerns favoritos. “Hay palabras que le ponen a uno los bellos de punta: libertad es una de ellas”. Esa frase, que pudiera ser de cualquier recital clandestino de la época la largaba John Wayne en El Álamo (luego, claro, uno se entera que ese era el doblaje con la censura. En el original, Wayne dice “república” en lugar de “libertad”, pero claro, cualquiera doblaba eso...)

Como poco a poco se iba curtiendo en mí -¿o ya lo estaba por entonces?- ese interés por conocer, por investigar, por saber más, todo lo posible, sobre aquellos artistas que me interesaban, no fueron pocas las visitas que hice a la Hemeroteca -y ya era afición, a tenor de lo que era la hermeroteca sevillana- en busca de artículos, críticas y reportajes de los setenta sobre actuaciones reseñables de aquellos cantautores.

Total, que entre fotocopias de El País y Diario 16, y unas pilas de viejos números de Cambio16 que un tío de mi padre tenía olvidadas en un armario, yo me fui empapando de historia musical, que era más bien historia social, y aprendiendo también un poquito de eso que es el oficio periodístico, que creo que me valió más que los cuatro años de carrera juntos (pero ésa es otra película).

Y como esto peligra en convertirse en un remedo de La forja de un rebelde, de Arturo Barea, voy al grano. Uno de los cantautores que más me emocionaron, y sobre los que más documentación busqué, fue el valenciano Raimon. ¡Que sí, que canta en catalán! Bueno, en valenciano. ¿Y qué? ¿Ahora resulta que si no se entiende lo que se canta no lo escuchamos? ¿Y los Beatles en qué cantaban, en castellano de Valladolid? Total, que dejando a un lado prejuicios neardentales, resulta que más allá de mi interés por esa canción-protesta descubrí que aquí el amigo Raimon tenía una asombrosa producción de la que sólo una mínima parte eran canciones, digamos, políticas. Sus textos son de una increíble belleza, con un surtido de recursos poéticos y lingüísticos asombroso.

¿Se nota que lo admiro? Pues imaginaos cómo se me quedó el cuerpo cuando, hace un par de días, me llamó para proponerme participar en una mesa redonda sobre él. Tuve la suerte de entrevistarle un par de veces durante mis “años madrileños”, y resultó ser una persona realmente entrañable, extremadamente sencilla y humilde. Recuerdo que le encantó encontrar a alguien tan joven (tendría yo 23 añitos) que conocía tan bien su obra. Y parece que no se le olvidó.

La mesa será parte de unos actos que está organizando la Universidad Complutense de Madrid para conmemorar los cuarenta años de un concierto histórico, el recital de Raimon en la Facultad de Ciencias Políticas y Económicas, el 18 de mayo de 1968. Aquello fue lo más parecido que hubo en España al “Mayo del 68” francés. Imaginaos, es la primera vez que aquí se conmemora un concierto, además, con cuatro jornadas de actividades, exposiciones, etc. Entre los participantes, además, habrá gente de la talla de Manuel Vicent. Total, que uno está que le tiembla el pulso. Pero he dicho que sí, que acepto, como un valiente.

Como el 18 de mayo cae en domingo, los actos se celebrarán la semana siguiente, terminando con el imprescindible recital, no sé si el jueves 22 o el viernes 23.

¿Y todo este rollo? Pues digo yo que para eso será esto del blog, ¿no? Así que igual que me paso semanas sin escribir, pues toma, ahí queda, para que no se diga.

Como no podía ser menos, aquí dejo una canción. No es ninguno de sus populares himnos de lucha, no ya contra el franquismo, sino contra cualquier tipo de opresión que el ser humano es capaz de ejercer sobre un igual, ya sea Digem no, D’un temps, d’un pais o Al vent. Esta vez me decanto por una de las más bellas canciones que conozco. Com un puny (‘Como un puño’), incluída en su álbum de 1974 A Víctor Jara. Es una composición muy influenciada por el poeta del XVI Ausiàs March, de quien Raimon ha musicado numerosos poemas. Está dedicada a Anna Lissa, su mujer (y no menos encantadora que él), y en ella habla de las idas y venidas de España a Italia para visitarla.

Como un puño

Cuando te vas a tu país de Italia y yo muy solo me quedo en Maragall, esta calle que nunca nos ha hecho gracia se me vuelve lugar de un gris inútil baile. Ausiàs March me viene a la memoria, su viejo canto, de golpe, se me aclara, en casa solo, inmerso en la obsesión de mi deseo de ti, que es grande y crece:

“Rogaría a Dios que mi pensamiento estuviera muerto Y que pasara mi vida durmiendo”.

Entiendo muy bien, suerte desgraciada, la última raíz de este triste pensamiento, su por qué atávico, joven, fuerte siento en mí, cautivo, profundamente. En la cama tan grande de medida italiana paso las noches sintiendo tu ausencia, no duerme quien quiere ni es de olvido la vida, amor, amor, es dura la sentencia.

Cuando te vas a tu país de Italia el dolor viene a hacerme compañía, y no se va, que crece en su extensión, despierto de noche se mueve y es mortecino de día. Me pasa eso y tantas otras cosas sintiéndome solo que es sentirte lejos; lo veo muy claro cuando hace ya ciento veinte horas que cuento el tiempo que lentamente se desliza

Vendrá tu cuerpo que suavemente me pones en mi cuerpo cuando nos sentimos muy juntos, y florecerán mejor que nunca las rosas: poco a poco nos cerraremos como un puño.