Testigo relata el horror de ejecuciones extrajudiciales en Colombia

Un sobreviviente de "los falsospositivos"

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Herido de dos balazos, en la nocturna soledad del monte, el campesino Aladino Ríos tuvo el aplomo de preguntar a sus captores por qué querían matarlo. Ninguno de los militares que participaban en la ejecución se atrevió a responder.

Milagrosamente sobreviviente, todavía espera una respuesta.

Ríos, de 33 años, escapó a una ejecución de falsos positivos a manos de la patrulla militar Berlín II, del Batallón Magdalena, acuartelado en el municipio de Pitalito, bajo las órdenes de la 9na. Brigada del Ejército, comandada por el brigadier general William Fernando Pérez Laiseca, según lo establecido por la fiscalía.

Su compañero de abducción en la noche del 14 de agosto del 2007, Albeiro Hernández Cerón, de 25 años, fue ejecutado. El cadáver apareció con una pistola que nunca disparó ni era suya, de acuerdo con peritos judiciales.

"Yo estaba vuelto nada'', dijo Ríos, recordando las horas siguientes a su fuga, cuando desangrado y aterrado consiguió encontrar ayuda. "Y el otro muchacho quedó allá, amarrado''.

Según la denuncia ante la fiscalía, la muerte de Hernández, padre de un niño de 3 años y de una niña entonces por nacer, le valió una felicitación a la patrulla militar. Además, los militares le achacaron un historial delictivo que fue posteriormente descartado por la Fiscalía General de la Nación.

El Nuevo Herald entrevistó a Ríos, quien acaba de pedir la protección de Naciones Unidas tras haber narrado su caso a Philip Alston, relator de ese organismo para las ejecuciones extrajudiciales que el 8 de mayo inició en Colombia una visita investigativa de 10 días.

Su excepcional testimonio da fe de primera mano acerca de cómo funcionan por dentro, minuto a minuto, estas operaciones de ejecución extrajudicial: una tragedia que ha enlutado a miles de familias y ha escandalizado a la opinión del mundo. El término ‘‘falso positivo'' fue acuñado por la prensa colombiana. En la jerga militar del país, un "positivo'' es un enemigo dado de baja.

Ríos, padre de dos hijos, nació en el pueblo de Palestina y vivía de labrar la tierra como jornalero y servir de estibador en la plaza del mercado de Pitalito. El día de los hechos fue invitado por un conocido suyo, Alfredo Muñoz Botina, para que lo acompañara a una finca donde podría encontrar trabajo.

Muñoz, dijo Ríos, quedó en recogerlo a las 6:30 p.m. en el sitio conocido como Media Luna. Apareció a las 6:40 en un Renault azul acompañado por tres hombres: su cuñado; Alfonso Sánchez España y Hernández. Todos se conocían previamente. En ese momento, aclaró Ríos, él estaba acompañado también de Natalí Sánchez, quien hoy es testigo de los acontecimientos ante la fiscalía.

Muñoz y sus dos cómplices, según la fiscalía, condujeron a Ríos y Hernández hacia una finca cerca de la gallera de la Portada de Chillurco. Ambos iban confiados de que obtendrían un empleo temporal como labradores. Aproximadamente a 500 metros de la vía central que conduce de San José de Isnos a San Agustín el auto se desvió por una carretera no pavimentada y efectivos del ejército los detuvieron.

"Nos cogen como en forma de atraco, nos bajan al piso, nos retiran de la carretera colocándonos bocabajo a todas las cinco personas que íbamos en el vehículo'', relató Ríos.

Alumbrándoles los rostros con las pantallas de teléfonos celulares, dijo Ríos, les preguntaron los nombres a cada uno. Mientras examinaban su rostro, recordó, los militares se preguntaban: "¿Será que este es? ¿Será que no es?".

"Algunos uniformados decían que parecíamos campesinos'', dijo Ríos.

Unos 10 minutos más tarde los subieron amarrados a un vehículo que recién había llegado. Alrededor de las 9 p.m. fueron obligados a bajar en un paraje de San Vicente de Hornitos. Un cabo les advirtió que los matarían si intentaban escapar.

"Entonces, yo le digo que si va a pasar algo con nosotros que pase de una vez, porque nosotros no debemos nada'', afirmó Ríos.

Los militares, recordó, alegaban que los mantenían amarrados en espera de que llegara una mujer que debía identificarlos. La mujer nunca apareció.

"Nos arriman a un barranco y nos atan con los cordones de los [zapatos], nos quitan el otro amarrado y nos prestan unas capas de las que habitualmente usa el ejército para el frío'', relató.

Cerca de las 10:30 p.m., precisó, se escucharon disparos y gritos lejos en la carretera. Preguntó a un soldado qué había pasado con los otros tres acompañantes y éste contestó que también los tenían detenidos pero aparte. Alrededor de la medianoche, escuchó cuando uno de los soldados dio la orden de que pusieran a su disposición al detenido de menor altura.

"Era yo. Entonces, le dije: ‘Señor, yo estoy amarrado'. Me sacan de los pies, me acomodo los cordones y me sacan cogido de la correa por el lado derecho y cuando vamos saliendo hacia la vía central, me dicen: ‘¿Usted no se quiere ir para la guerrilla?' ''.

Ríos recordó haber contestado: "No, señor. Yo he sido del campo y me ha gustado la vida libre y no he prestado el servicio [militar] siquiera''.

Uno de los militares, entonces, le dijo que alguien le iba a pasar un celular para que le pidiera dinero a su familia.

Ríos repuso: "Señor, pero explíqueme qué es lo que tengo que hacer o qué es lo que pasa''.

Entonces, le abrieron fuego. Los primeros impactos le fracturaron la clavícula y el omóplato. Desde el suelo, dándose ya por muerto, alzó la cabeza y preguntó al militar que le había disparado con una pistola: "¿Señor, porqué me mata? Yo no debo nada. El señor se queda mirándome, no me dice nada ni me dispara más''.

Al otro lado de la carretera hay un soldado que parece dispuesto a dispararle, recordó Ríos.

"Pienso que me quería disparar nuevamente'', dijo. "Pero no. Se retiran, ni me disparan ni hacen nada''.

Al ver que no volvían a dispararle, toma una decisión crucial: sale corriendo a través de un potrero. Un soldado da la voz de alarma: "¡Se nos voló!''

"Me siguen disparando, pero ya los disparos son con arma larga. Ya es puro [fusil] Galil'', recordó.

Una ráfaga le arranca los testículos. También fue herido en las piernas y en la cabeza.

"La ráfaga viene de atrás para adelante y me vacían los testículos, queda una tronera bastante grande en el pantalón'', comentó Ríos. "[. . .] Cuando ya me siento así yo me deslizo por debajo del cerco y cogí el potrero y corrí aproximadamente cinco o diez metros y me hice detrás de un árbol''.

Los soldados no se esfuerzan demasiado por buscarlo, tal vez creyéndolo muerto. Uno de ellos, sin embargo, se detiene a pocos pasos, tratando de escuchar, de ver una hoja moviéndose en la oscura maleza. Ríos permaneció escondido por un tiempo detrás de un árbol. Cerca de las 12:30 a.m. salió a la carretera más cercana.

"Me orienté con miedo y sin miedo, como fuera'', dijo.

Días después, acompañado por investigadores de la fiscalía, calculó que había caminado cuatro kilómetros hasta llegar a la casa de Ana Gloria Muñoz.

"Me iba a echar para el hospital, pero yo le pedí el favor de que me dejara ahí'', contó Ríos. "Le conté lo que me había pasado''.

Ana Gloria le dijo: "Usted se muere''.

Ríos respondió: "Si usted me va a colaborar [ayudar], me hace el favor y me deja aquí''.


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